Cultura

AALIYAH ROSALES

Uno de los conceptos más interesantes de la posmodernidad es, sin duda, la desvirtualización de la verdad o la verdad como perspectiva.  Antepone el contexto a la verdad incuestionable. Todo es un punto de vista sobre algo que en realidad no existe, como la moda. Puede que no haya nada más posmoderno que la moda, nada más subjetivo y ecléctico. 

Cuando José Ortega y Gasset, autor de La Rebelión de las Masas, habló del hombre como una proyección de sus circunstancias, no podía imaginarse que décadas después, a principios de los setenta, la sociedad occidental iba a relativizar el hecho objetivo de las cosas, la verdad o la realidad en sí misma. La posmodernidad se sustenta en esa relativización del entorno, nada perdura, nada es suficientemente serio, nada es suficientemente divertido. 

La posmodernidad cultural española bien podría comenzar en los primeros años ochenta (aquí siempre vamos una década por detrás del resto) con la aparición de la movida madrileña. Para muchos revolución artística, para otros un bluf, una concatenación de «circunstancias» políticas (caída del régimen franquista y transición democrática) supuso el caldo de cultivo perfecto para que se desarrollara un boom creativo y estético sin precedentes en nuestro país. 

Paradójicamente, en la actualidad, se está generando una contraposición a la premisa posmoderna con la que se abre este artículo. Vivimos momentos de regresión acelerados por la máquina globalizadora. Y no es que la posmodernidad se caracterice por cuestionar la realidad, pero en ningún momento la juzga tal como sucede en el presente. 

Actualmente, la sociedad se escandaliza por ver un pezón en el cartel de una película (hablo de la última de Almodóvar concretamente) o entra en histeria colectiva cuando algún humorista ironiza contra algún dogma o algún colectivo minoritario. Puede que estemos llegando a los estertores de esta filosofía y que el viraje cultural, artístico y estético que se nos viene, nos lleve a un páramo creativo y de valores humanos sin precedentes. 

Con este caldo de cultivo, cualquier tendencia (ya sea en moda, arte, literatura…) que sale fuera de los parámetros sociales, por muy insignificante que sea, puede resultar una provocación y tras ella, un suculento negocio. De esta fuente posmoderna, heredera de aquellos años ochenta, de aquella movida madrileña efervescente, surge la arrolladora obra de Aaliyah Rosales.    

LA MUJER CAMALEÓN

Aaliyah Rosales es un portento poliédrico, estilista y musa, artista conceptual, modelo y muchas cosas más. Su irrupción en el mundo de la moda en nuestro país ha sido una bocanada de aire fresco, sus performances y su creatividad desbordan el panorama estético actual. 

Rosales, cuyo verdadero nombre es Soraya Yasmín, es de origen marroquí y libera sus inquietudes tratando de dar la espalda a su pasado de prohibiciones en Marruecos, encontrando la liberación en la exposición pública. Es una fuente inagotable de alter-egos, una amalgama de moda y arte físico y virtual. 

Esencialmente camaleónica: maquillajes abstractos, surrealismo, peinados, tintes y pelucas, looks transgresores y múltiples escenografías, nombres y personalidades se identifican en una misma alma creativa influenciada por el cine, la pintura y la fotografía. Un día es Calíope Flores, una gitana con el pelo negro y lacio, otro es Aaliyah Rosales, o se muda de piel para transformarse en la «Mujer con Abanico», en la obra Aquí murió Picasso junto al escultor hiperrealista Eugenio Merino. Soraya Yasmin hace vídeos, estilismos o posa para editoriales. Más identidades, como Sor Yasmil o Dolores de la Rosa acaban de conformar esta cosmogonía de curiosos e intrigantes personajes. 

Otra de sus performances, Le Voyage dans ‘La Villa Rosales‘  en La Juan Gallery  presentaba la colección «Trapos Rosales». En 5 días, 5 habitaciones, con 5 looks y 5 intérpretes, Aaliyah mostraba las nuevas prendas de su línea de ropa, también aparecían inquilinos como Filip Custic con estética costumbrista y castiza. Filip es uno de los artistas con los que colabora frecuentemente. Su conexión espiritual y mística les lleva a concebir obras surrealistas y performances. 

Camper es otra de las firmas que forman parte de la vida de Rosales, con la que ha colaborado en múltiples ocasiones como en SS18′, en ese universo freaky de los 80-90 tan inspiracional.

Más allá de ser modelo y performer, crea collages en Instagram jugando con todas esas alter-egos. Aparece enmarcada en distintas escenas: duplicada en una tv, en cartas del Tarot o en unas ‘nails on point‘ con la cara de todos sus personajes. 

Siempre libre, sin etiquetas, sin género y con una personalidad experimental que se reinventa en base al folklore y lo contemporáneo en Internet.